Hemos oído tantas veces aquello de que «si quieres, puedes», «todo depende de ti» y otras frases por el estilo, que algunas personas las hemos asumido sin pararnos a pensar realmente cual es su significado. Así asumimos —entre otras cosas— que si no conseguimos algo es por nuestra culpa.
Aunque la lógica de la realidad cotidiana nos diga lo contrario, algo muy dentro de nosotros nos describe como a unos vagos, torpes e inútiles incapaces de esforzarnos lo suficiente para conseguir aquello que queremos.
Cargamos con responsabilidades que no son nuestras
Imagina la presión que supone echarte sobre tu espalda todas aquellas cosas de las que no eres responsable. Incluso de aquello de lo que no tienes control alguno. La situación puede llegar a ser muy frustrante: estamos divididos entre asumir toda la culpa del mundo y mandar a todo el mundo a la mierda.
Este esquema mental nos impide ver con claridad las señales objetivas que nos indican todo aquello que queda fuera de nuestro alcance y que por tanto escapa a nuestro control. Nos vemos tironeados en ambos sentidos. Incluso podemos llegar a pensar que estamos trastornados, que somos incapaces de discernir entre la realidad y la ficción.
En esa situación, impulsados por el miedo a sentirnos fracasados y rechazados, asumimos la responsabilidad de cosas que no nos corresponden. Y nos espoleamos en una huida hacia adelante, explotándonos a nosotros mismos como lo haría el peor tirano.
Cuando la superación se convierte en trampa
Hemos visto en tantas películas, en tantos mensajes, esos impactantes ejemplos de autosuperación, que la única salida que vemos a una situación precaria es multiplicar nuestro esfuerzo. Un ejemplo sería el de intentar salir de una situación laboral desesperante mediante el emprendimiento, sacando incontables horas de nuestro ocio y descanso y poniéndolos en un proyecto personal que tiene pocas posibilidades de cuajar.
Y cuando nuestra situación no mejora —e incluso empeora— no se nos ocurre que quizás sea porque estamos agotados, irritables y tenemos bajones importantes de ánimo debido a la privación del sueño y de otras necesidades básicas (descanso y vida social, por ejemplo). Tampoco se nos ocurre pensar que tenga que ver con un sistema económico o laboral injusto que no nos beneficia, una situación social de desventaja, una crisis, etc.
Nuestra condena es que, en vez de detenernos y salir del círculo de automaltrato en el que nos hemos metido, hacemos caso a esa vocecita que nos dice que no lo conseguimos porque no nos estamos esforzando lo suficiente, porque no meditamos lo suficiente, porque no hacemos las formaciones adecuadas, porque no seguimos al influencer correcto… O peor: porque somos personas defectuosas, débiles, tontas, condenadas a fracasar en un mundo lleno de posibilidades.
No se trata de evitar nuestra responsabilidad
Lo anterior es un ejemplo como cualquier otro, puedes poner el tuyo propio. Sin embargo es importante aclarar que no se trata de evitar nuestra responsabilidad y lanzar balones fuera. Se trata de ser capaces de reconocer cuando hemos hecho lo que hemos podido y aún así las cosas no han salido como esperábamos. O incluso que no hemos llegado ni a intentarlo ya que nuestra situación económica, laboral, mental o anímica no nos lo ha permitido, porque no es la misma que la de los modelos frente a los que nos hemos estado comparando.
Podemos pensar en cómo un simple giro de los acontecimientos —un accidente, el cambio de una ley…— puede cambiar nuestro destino, sin que podamos hacer nada al respecto. O al menos hacer algo que tenga un efecto a corto plazo y que no implique un cambio a nivel colectivo y no tanto individual.
Quizás hemos escuchado tanto que «si te esfuerzas lo consigues» que nos odiamos a nosotras mismas por no ser capaces de alcanzar aquello que deseamos: algo tendremos que estar haciendo mal; o peor, algo debe de estar mal en nosotras.
¿De dónde viene todo este lío?
Esa autoexigencia que a algunas nos azota sin piedad pudo haberse forjado en nuestra infancia. De niños nuestra capacidad de elección es muy limitada y tenemos una dependencia emocional absoluta de nuestros padres y cuidadores. Basta con que, por ejemplo, la atención y el cariño de nuestros padres estuviera condicionada a ciertos logros conseguidos con esfuerzo y sin quejas. O que nos viéramos obligados a hacernos cargo de las necesidades de nuestros progenitores para sentir que nos querían y que pertenecíamos.
De esa forma es fácil que hayamos aprendido a dejar de lado nuestras necesidades para perseguir aquellos éxitos con los que impresionar a nuestros padres o a cuidar de lo que ellos necesitan antes de ocuparnos de lo que necesitamos nosotras. Esas creencia perduran en nosotros a lo largo de la vida, sustituyendo a nuestros padres por las figuras de referencia (amigos, pareja, jefes, compañeras…) que pueden ser también grupos o colectivos. Las mantenemos como automatismos, sin reflexión alguna. Lo que en un momento funcionó, ahora lo repetimos una y otra vez porque es la única solución que se nos ocurre para llegar a ser felices.
La posterior experiencia personal y sobretodo el entorno social y cultural en el que hemos vivido ejerce una gran influencia en el refuerzo de dichas creencia limitantes. Aquí entran en juego los roles de género y sociales. Está mucho mejor visto —es un héroe, de hecho— quien alcanza grandes logros con grandes sacrificios, casi todo el mundo lo admira y lo ama. Se ensalza la bondad de las mujeres que ponen sus necesidades a un lado para cuidar que a los suyos no les falte de nada.
El problema viene cuando no encajamos en los roles, no llegamos a cumplir las expectativas de los demás y nos sentimos fracasados. O bien cuando a pesar de conseguir ese éxito nos sentimos vacíos porque hemos olvidado quienes somos y qué necesitamos nosotros.
¿Qué podemos hacer?
No es fácil salir del círculo vicioso ni podemos esperar hacerlo de un día para otro. De hecho, esto sería una buena muestra de autoexigencia poco sana. Tomar conciencia de hasta dónde llega nuestra responsabilidad en cada asunto de nuestras vidas puede reducir la presión que ejercemos sobre nosotras mismas. Esto podría ser suficiente como para permitirnos ir deshaciendo el nudo poco a poco.
Muy importante en este proceso va a ser aprender a aceptar nuestras limitaciones y tratarnos con cariño a pesar de ello —y por ello mismo—. No va a ser suficiente con vernos a nosotros mismos con amor para adquirir una nueva creencia que nos permita un cambio real. Admitir que necesitamos de los demás va a ser imprescindible.
Vamos a necesitar aprender a mostrarnos vulnerables y a abrirnos a recibir muestras de afecto de los demás que no estén condicionadas a nuestros logros o sacrificios. El entorno va a ser vital en esta fase y necesitaremos rodearnos de personas cercanas que nos vean como algo más que nuestros sacrificios o logros.
Dependiendo de lo grabada que esté en nosotros esta forma de funcionar, de nuestro entorno y de nuestras circunstancias personales, es posible que necesitemos trabajarlo en terapia y revisar esas creencias que en un momento nos sirvieron aunque actualmente nos limitan y nos hacen la vida más difícil e insatisfactoria.