Algunas razones para ir a terapia

Empezaré por decir una obviedad: los que acudimos a terapia no estamos locos. Ya es hora de deshacernos del estigma. Y en todo caso, ¿quienes son los que están “locos”? A terapia o al psicólogo va quien es consciente que necesita ayuda o apoyo para resolver problemas o dificultades que le impiden disfrutar de ciertos aspectos de la vida o que incluso convierten ésta en una carga.

¿Os habéis dado cuenta de las dos partes implícitas en lo dicho anteriormente? En primer lugar hemos de ser conscientes de tener una dificultad que no estamos pudiendo solucionar por nuestra cuenta. Esto ya es un paso: atender el momento de lucidez cuando nos damos cuenta de que tenemos un problema y de que no podemos solventarlo solos. Esta imposibilidad de enfrentarnos a un reto de la vida con nuestras propios recursos, sin embargo, es temporal. Esto es muy importante tenerlo en cuenta.

La segunda implicación de lo anterior es que tomamos la decisión de buscar ayuda. Aquí viene un segundo reto: ¿cómo buscar y elegir una opción que se adapte a nuestras necesidades y características? Intentaré dar unas claves a lo largo del artículo, estad atentos.

Como podéis ver, no es de locos el saber que se necesita ayuda, buscarla y pedirla. Es más bien de cuerdos, de personas que —como todas— tenemos problemas y nos vemos en situaciones complicadas y/o complejas. Y que decidimos cuidarnos y proveernos de la ayuda que necesitamos. Tal como lo hacemos cuando llamamos al fontanero si se sale el agua del baño o cuando vamos al dentista si nos duele una muela.

Hay muchas y variadas razones para comenzar un proceso terapéutico

Las razones que nos pueden impulsar a tomar la decisión de acudir a terapia pueden ser muchas y muy diversas. No necesariamente tenemos que estar sufriendo una depresión u otro problema grave como pueden ser ataques de ansiedad que nos impidan trabajar y llevar una vida operativa. Podemos acudir a terapia para mejorar nuestra relación con la pareja, para resolver un conflicto enquistado con un compañero de trabajo, porque sentimos que nos cuesta hacer amigas, etc.
Tampoco hay un termómetro que determina qué problema es o no es tan importante como para llevar a terapia. Eres tú quien decides la importancia que tiene para ti y ese es el primer requisito necesario para trabajarlo en las sesiones.
Teniendo en cuenta que el espectro de los problemas y dificultades que pueden llevarnos a buscar ayuda profesional es grande, te dejo algunos ejemplos genéricos que pueden darte una idea de que situaciones pueden ser motivo de consulta:

  • Estás atravesando un momento duro y sientes emociones que te cuesta sostener.
  • Una situación te desborda y no tienes recursos para resolverla.
  • Repites patrones de comportamiento indeseados que te perjudican en vez de acercarte a lo que deseas y que no puedes o no sabes como modificar.
  • Te encuentras en un momento de crisis en el que has perdido el rumbo y no eres capaz de estar claro en lo que deseas o necesitas.
  • Algún aspecto de tu vida emocional no es lo suficientemente satisfactorio y sientes que careces de recursos propios para mejorarlo.

Así, en general, podemos decir que todos pasamos en un momento u otro por una época en la que para seguir avanzando —o para retomar el hilo— necesitamos salir de lo conocido. Es entonces cuando podemos aprovechar la ayuda de alguien que nos acompañe en el proceso. Su presencia y apoyo nos ayudará a darnos cuenta de dónde tropezamos y qué recursos propios podemos movilizar para salir de una inercia que nos limita.

Aspectos a tener en cuenta al elegir terapeuta

Soy de la opinión de que es básica una buena química inicial con nuestra o nuestro terapeuta. Si de principio comenzamos desde la reticencia o la falta de confianza va a costar remontar el obstáculo. No es cuestión de sentirnos cómodos porque no nos confronten con partes de nuestra realidad que no nos gustan; se trata de sentir la suficiente afinidad como para poder confiar y estar disponibles mientras nos cuidamos.

Otra característica imprescindible es que sea alguien que nos apoye en la medida que lo necesitemos, pero que no base su ayuda en que descarguemos sobre él nuestra responsabilidad. No se trata de recibir consejos o de que nos digan qué decisiones personales son las correctas y cuales las erróneas. Es tan importante admitir que necesitamos ayuda como tener en cuenta que esa ayuda no es tal si se convertirse en una dependencia. Esto último sería en sí mismo lo contrario de la definición de un proceso terapéutico.

Otro punto a tener en cuenta es la profesionalidad de la persona elegida. Independientemente de la corriente a la que pertenezca e incluso de si es psicólogo o terapeuta formado en otra disciplina, es imprescindible que la persona tenga cierto grado de implicación con su trabajo. Esto evitará que aproveche nuestra vulnerabilidad en beneficio propio, por desconocimiento o incluso por mala fe. Si no tenemos claro que está trabajando por nuestro bienestar en vez de por el suyo, si vemos señales objetivas de que no estamos siendo respetados, si a pesar de nuestras preguntas o indicaciones al respecto no vemos cambios… es bastante probable que no sea un lugar seguro, al menos no para nosotras o nosotros.

Una vez en terapia

¡Estupendo! Ya estamos en terapia, tenemos buena conexión con la o el terapeuta y nos sentimos respetados y atendidos. A partir de aquí solo avisarte de que el trabajo no se limita a asistir a las sesiones. Eso es una parte importantísima aunque no la única necesaria. Por muy buena que sea la terapeuta y por muy buena conexión que tengamos con ella o él, si no aplicamos en nuestra vida aquello que descubrimos y vivimos en la relación terapéutica, de poco nos va a servir. Sobretodo después de las primeras sesiones que nos pueden dar una sensación de avance por sentirnos escuchados y reconocidas nuestras emociones.

A partir de aquí recomendarte que de vez en cuando es conveniente que hagas recapitulación del proceso, que valores si hay mejoras teniendo en cuenta el motivo por el que comenzaste. ¿Ves avances claros al respecto?. Lo ideal es poderlo hablar con tu terapeuta, valorarlo juntas y si es necesario actualizar la demanda, modificar el enfoque o cambiar la aproximación al problema. Esto es ciertamente muy útil para no caer en la inercia y convertir la terapia en una dependencia o una rutina poco útil.

¡Y por ahora nada más! Si estás en el proceso de búsqueda de terapeuta te deseo de corazón que encuentres lo que necesitas. Si sientes que necesitas terapia pero no tienes claro que te lo puedas permitir, te invito a echarle un vistazo al apartado de tarifas. Gracias por tu atención.

Un abrazo.

Deja un comentario